Admiro, bueno la verdad envidio, profundamente a las personas que se emocionan de forma genuina con la navidad. A esas que ponen hasta en el baño un Papá Noel para que te espíe en tu estado más vulnerable (cuando estás sentada en el váter) y que son capaces de visitar un centro comercial el mismo 24 de diciembre para comprar los regalos de la noche buena –amén de lo que esto significa- sin perder la sonrisa ni el autocontrol.

Yo la verdad nunca me he conectado del todo con la navidad y por eso me he ganado a pulso el título de El Grinch.

Quizás porque me abruma un poco el brilli brilli y los villancicos que salen de esas cajitas que traen las luces del arbolito chillando, perdón sonando, desde octubre. Quizás porque sé que a partir del 01 de diciembre habrá más tráfico, más colas en el súper y menos plazas en el parking de los centros comerciales. Quizás porque en el último mes del año me confunde ver un poco el comportamiento de las personas que son poseídas,  digo invadidas por la magia de la navidad o más bien por la burbujas del champagne.

Porque vamos a ser honestos: ¿no les parece que la humanidad se pone como más ‘querendona’ durante la navidad? Yo estoy convencida que sí y no sé si es por una cuestión de ‘espíritu decembrino’ o porque somos una especie muy rara, la verdad.

Pero me flipa ver casos como los de esa tía que desde que tienes uso de razón te ha chinchado por tu peso, pero en diciembre te sirve dos trozos de tarta –los mismos que te ha negado de enero a noviembre- mientras ‘se hace una selfie contigo para subirla en su Facebook’,  o ese compañero de trabajo que jamás respondió tus ‘buenos días’ que durante once meses le dedicaste cada vez que entrabas a la oficina, pero te zampa dos besos apenas llegas a la cena de empresa y te dice ¡PERO QUITA ESA CARA QUE ESTAMOS EN NAVIDAD! mientras su mano está en la ‘zona en reclamación’ de tu cuerpo, esa parte en la que no sabes si está al final de la espalda o al comienzo del culo.

Sin embargo, debo reconocer que el 2020  ha sido todo como muy ¿loco? ¿raro? ¿difícil? ¿duro? ¿triste? ¿No les parece? Y quizás por eso este diciembre he decidido celebrar la navidad. No a los niveles de meter un Papá Noel en mi baño, pero si a comprometerme en no ponerle malas caras a las personas que vea por la calle vistiendo jersey de muñecos de nieves y bastoncillos de caramelos (bueno posiblemente puede que arrugue un poco la boca pero con la mascarilla no se notará).

Celebrar esta navidad será como dar una fe de vida de que continuo en este planeta, ser agradecida con esa chica que me regaló un billete de lotería y que desde ya me siento ganadora tan solo por tenerla en mi vida, honrar de alguna manera a los afectos que están muy lejos o partieron a otra galaxia, será en definitiva comer con luz verde y sin remordimiento todo lo típico de esta temporada porque ¡YA NO SOY EL GRINCH! Y porque además gracias al distanciamiento social, nadie se atreverá a poner su mano en la ‘zona en reclamación’ de mi cuerpo simplemente porque ¡ESTAMOS EN NAVIDAD!

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