Nace una conversación casual, entre una señora española de avanzada edad -que camina con ayuda de andadera- y yo. Le resulto simpática y hasta le inspiro algo de confianza para que, de forma cercana y bajando un poco su tono de voz, me diga casi al oído: «no me gustan las mujeres suramericanas».

Yo sonrío con un dejo de compasión. Al parecer mi fenotipo y acento me hacen pasar por ‘canaria’ (habitante del archipiélago canario, comunidad autónoma de España) pero en realidad soy venezolana, hija de un canario por el que soy española también.

Volviendo al punto. Sonrío, la veo a los ojos y le digo sutilmente: señora soy suramericana, específicamente de Venezuela y también soy periodista. Su cara sufre una metamorfosis automática. No de rabia, sino de vergüenza. Quiere moverse rápido pero su escasa movilidad no se lo permite. Quiere retomar la conversación pero entiende que el daño está hecho. Dice un par de justificaciones. Sonrío nuevamente y le deseo buen día.

Lejos de molestarme esa opinión que podría denotar xenofobia, rechazo, discriminación y un largo etcétera, me hizo reflexionar durante todo el día. ¿Cuántas veces hemos sido en la vida ‘la señora de la andadera’? ¿Cuántas veces hemos generalizado, juzgado o criticado a alguien por no ser o hacer lo que nosotros creemos que es ‘lo correcto’?.

Una amiga en estos días me decía que siempre ha sentido un intenso empeño por parte de sus familiares, amigos y hasta de su entorno profesional,  en ponerle una etiqueta y meterla en alguna cajita del mundo. Se refería específicamente al ruido que ha generado su estilo de vida. Libre, en países muy distintos al que nació, con un propio estilo de maternidad y sin detenerse a preguntar qué religión profesa la persona de la que se enamoró.

Resulta que siempre opinamos y juzgamos ante lo desconocido o lo que no se parece a nosotros. Como si hubiese una única forma de vivir en la tierra. Como si existiera una raza superior a otra. Como si un gentilicio es capaz de abrir o cerrar puertas. Yo siento tranquilidad porque la señora de la andadera está prácticamente de salida en este plano, pero al mismo tiempo una terrible angustia tan solo de pensar que haya sembrado su semilla en su entorno más cercano.

 

 

 

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