Recuerdo ese día como si hubiera sido ayer y no hace 20 años.

Llovía y me fui al lugar de la cita con dos amigas más de la universidad.

Un lobby antecedía la habitación y hasta ahí pudieron acompañarme.

Quería hacerlo, si, pero igual estaba llena de miedo. Conocía la teoría pero no la práctica. Creo que era la única que no lo había hecho aún y por más que sabía de otras experiencias, estaba a punto de tener la mía propia.

Cuando el reloj marcó las 3:00pm  pasé sola a la habitación.

Lo primero que hice fue quitarme la ropa (bueno no toda, solo una parte de ella) y acostarme. Ese lugar era frío. Muy frío. Quizás por el aire acondicionado, la lluvia, mis nervios o todas las anteriores.

– «¿Estás lista?»

Fue lo primero que me preguntó y sin darme tiempo a responder de inmediato sentí algo en mi ingle derecha: una caliente paleta de madera con una especie de miel, pero que no lo era, tratando de deslizarse por mi piel.

Era un hecho: mi primera sesión de depilación con cera caliente había comenzado sin marcha atrás.

– Voy a contar hasta 3 para ‘arrancarte de un solo tirón la cera’ ¿ok? 1, 2…

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Un grito desgarrador se escuchó en toda la estética y sus alrededores.

Esa paleta caliente de madera no solo se había llevado parte de mi vello corporal, sino también un trozo de piel y de mi inocencia con ella.

– ¡No grites por favor! espantarás a todas las mujeres que están en la sala de espera.

Fue la súplica de la señora que me atendía al ver que las cosas se iban a poner aún más complicadas conmigo.

Traté de pararme pero me di cuenta que ambas ingles estaban embadurnadas de esa cera color miel. Se había cristalizado sobre mi piel y mientras más pasaba el tiempo peor se ponía la ‘escena del crimen’.

¡En qué coño me metí! ¡Qué diablos nos pasa a las mujeres! ¡Esto es una miseria de vida!

Era lo que pensaba en voz baja y en alta, muy alta, también, con todas las groserías que me sabía o como dicen ahora #SinFiltro

Cada tirón era un grito.

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La pobre mujer optó por darme una toalla pequeña para que la mordiera. Creo que sus intenciones reales eran amordazarme pero sabía que si lo hacía podía meterse en un lío.

Me sentía exhausta, sin fuerzas y con un deseo enorme de volver a ser niña de nuevo. Cerré los ojos y me repetía a mi misma: «ya va a terminar».

De repente sentí unos pequeños pellizcos en lo que quedaba de piel.

Abro de inmediato los ojos y veo a la mujer, que era muy pequeñita pero con una fuerza increíble en los brazos, quitando con una pinza de cejas lo que la cera no pudo remover.

¿Es en serio? Le dije mientras salté de la camilla despavorida.  Me vestí como pude para salir, y nunca más volver, de esa habitación.

¡Espera que todavía no te he puesto el talco!

Fue lo último que escuché en ese lugar que se quedó con un trozo de mi (literalmente).

 

 

 

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