«Le he ayudado a suicidarse, ya no podía con sus manos y le he prestado las mías».

Desperté con esta frase en mi cabeza. Son las palabras de Ángel Hernández, el español que ayudó a su esposa, María José Carrasco, a suicidarse.

Hace mucho ruido. A mi me retumba en la cabeza e inevitablemente siento un nudo en la garganta. Ángel Hernández grabó la voluntad de su esposa: quería quitarse la vida tras llevar 30 años padeciendo de esclerosis múltiple  .Su cuerpo no respondía a ninguna orden que su cerebro pudiera enviar. Su habla se había deteriorado drásticamente. Los dolores se incrementaron y dependía en un 100% de los cuidados de su esposo, sin esperanza alguna de salir de este cuadro médico. Al contrario, cada año causaba en ella una mayor degeneración.

¿Puedo esto considerarse vida?

Ángel habla, respira, llora y continúa. Es lo que se puede ver en el trabajo realizado por el programa El Intermedio de La Sexta. Estuvieron con él en todo momento, luego que le prestara sus manos a María José para que pudiera tomar el pentobarbital sódico. Esto fue tan solo un momento, tan amargo y profundo como los casi 30 años ¿de vida? que tuvo junto a su esposo y la esclerosis múltiple. Sin apoyo, sin respuesta del sistema español ante el deseo profundo que le practicaran la eutonasia. Sin duda este silencio fue lo que hizo que una pareja de españoles, lejos de planificar su jubilación, planificaran cómo terminar con el sufrimiento de uno de ellos por sus propias manos.

Si esto ocurre «en el primer mundo» ¿qué sucede entonces en países de «otros mundos»? ¿Cuántas María José hay en Latinoamérica o África? ¿Cuántos suicidios en casa tendrán que ocurrir para que, quienes tienen la oportunidad de cambiar el sistema, puedan atender las necesidades que demanda la sociedad?.

Ocurre lo mismo con temas como el aborto, la migración, los refugiados, la violencia de género y con cualquier otro acto de justicia cometido por nuestras propias manos, ante la inacción de quienes deben hacerlo pero prefieren callar, tomarlo como bandera política para obtener centimentraje en presa o subir en las encuestas.

¡Es tan doloroso como penoso!

Yo he visto de cerca el sufrimiento de seres queridos, secuestrados dentro de un cuerpo o  una mente que dejaron de ser propios y ya no les obedece. Con enfermedades incurables, agresivas y degenerativas. Donde la única solución es la muerte. Y por muy difícil , dramática y anti-religiosa que pueda resultar la situación,  el Estado debe asumir la responsabilidad de escuchar y resolver todos los temas, incluso «los políticamente incorrectos» antes que los ciudadanos comiencen a atenderlo por cuenta propia.

 

 

 

 

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