Una amiga publica no menos de 20 fotos con su esposo «derrochando» amor y frases de felicidad en cada una de ellas, a la mañana siguiente de su última publicación levanta el teléfono para llamarme y decirme:  «Betty mi esposo se acaba de ir de la casa, es un hecho, nos vamos a divorciar«. La única actividad cerebral que atiné hacer fue repasar cada una de sus «fotos felices» junto a él llenas de besos y promesas como:  «siempre juntos» «eres mi mejor amigo» «eres la mujer perfecta».

Mi verbo fue más rápido que mi discreción y preguntó ¿pero cómo es posible si ayer estuve viendo tus publicaciones en Facebook?  a lo que ella respondió  de forma fría: «Todo estaba muy mal entre nosotros desde hace tiempo, pero el hecho de publicar en las redes me hacía tener la esperanza que las cosas podían cambiar o algo así como lo que dicen por ahí: repite una mentira mil veces y se convertirá en verdad».

Su testimonio quedó anclado en mi computadora y teléfono inteligente. Recuerdo entonces ahora a la chica que trabajó conmigo por muchos años en un medio de comunicación que publicaba cientos de foto de sus atributos físicos, de lo «bendecida y afortunada» que se sentía y que no necesitaba de nadie para ser feliz pero clamaba compañía cada vez que llegaba el viernes por la tarde, se sentía muy sola y no podía lidiar con ella misma.

Escucho el relato de mi amiga de infancia que asegura que ser madre es lo más maravilloso que le ha pasado en la vida y así lo deja ver en cada post que cuelga en Instagram de forma desmesurada, pero con la verdad a cuesta de estar afrontando el rol más fuerte que le ha tocado totalmente sola aún estando casada y como Dios manda, aguantando cualquier tipo de maltrato verbal y engavetando cada uno de sus sueños como profesional, porque debe quedarse en casa criando al niño.

Me llega la notificación que Liliana me ha etiquetado en su viaje a Los Roques con Francisco, el mismo al que le ha conseguido cientos de infidelidades, por el que sufre horrores porque no se siente querida ni respetada como mujer pero ahí continua, exhibiéndolo como quien ostenta una costosísima  joya y despertando el deseo en otras de quererlo tener.

¡Qué juego tan peligroso se ha desatado en las redes sociales! ¡No solo se finge amor en la cama sino también en Facebook! Qué extraña necesidad del humano de reflejar una falsa felicidad a costa de hacer creer que tiene una supuesta vida perfecta, aunado al macabro deseo interno de hacer sentir mal al que no la tiene y hasta despertar envidia.

Se nos hace tan común soltar frases en encuentros sociales como: «¡Qué bien te ha ido vale! Veo todas tus fotos en Instagram y te ves muy feliz». «Con Rosana no he hablado pero por sus fotos en Facebook se nota que le está yendo de maravilla con su esposo, se ven muy enamorados». «A mí me parece que algo anda mal entre Mary y Carlos porque desde hace tiempo no publica ni una foto de ellos, es muy raro».

¿Será que algún día volveremos a la normalidad? ¿A ser como antes? ¿A disfrutar de la intimidad, de un álbum de fotos privado, a una cena solo para dos y no para una comunidad entera de seguidores? Yo espero que sí o al menos apuesto a que cada uno de nosotros trate de hacerlo, pero sobre todo a no sucumbir en comparar nuestras vidas con las de otros y el extraño espejismo de la felicidad que solo existe en las redes sociales.

 

 

Anuncio publicitario