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Debo admitir que con los años he tomado más conciencia de cada etapa que atravesamos en la vida, también he aprendido a escuchar detalladamente las conversaciones que puedo sostener  con alguien, bien sea con un conocido o con un rostro que no volveré a ver más, de ahí deriva todo el material que publico y el llamado para reflexionar un poco ante ciertas situaciones.

Dicho esto quiero compartir parte de las confesiones que me hacía por estos días una muy cercana amiga, a la que llamaré Macarena para proteger su privacidad, sobre cómo la veía su familia, sus amigos y todo su entorno social por ser una mujer divorciada.

Macarena es la típica mujer venezolana «echada pa’lante», es decir no le tiene miedo al trabajo, hace mil cosas a la vez, borró de su vocabulario dos palabras: «no puedo», es la mejor amiga de todo el mundo y siempre, pero siempre, conoce a alguien que te puede ayudar a solucionar el problema por el que estás pasando.

Además de todo esto, pareciera llevar una marca sobre su piel, al mejor estilo de la letra escarlata, que la hace «distinta» al resto de sus hermanas, familiares y amigas: MACARENA ES DIVORCIADA y como tal -según ciertos parámetros sociales- debe renunciar o ceder a ciertas posturas en la vida por «no tener marido».

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Ella me contaba que un familiar muy cercano está atravesando una delicada situación de salud, por lo que planificó verlo -fuera de Venezuela-  y ayudarlo al máximo por dos semanas, porque debía regresar a su trabajo, a su vida, a su casa. Al vlver al país casi que todo su entorno, parte de sus familiares y amigas le preguntaron ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no te quedaste con esa persona cuidándolo hasta el final de sus días? ¿Por qué regresaste?

Macarena un tanto sorprendida me decía: «Betty la gente da por sentado que como no tengo marido debo estar al servicio de todo aquel que lo necesite. Si alguien en mi familia se enferma o pasa por un momento complicado asumen que debo ser yo quien lo resuelva, quien lo cuide,  porque no tengo un marido que atender, nadie me espera al llegar a casa. Yo -según ellos- sí puedo renunciar a mi trabajo, dejarlo todo y cerrar mi casa por meses; el resto de las mujeres de mi familia no pueden, porque están casadas y deben atender a sus hombres».

Me pareció tan dura su situación que caí en cuenta que continuamente vivimos haciendo señalamientos sociales especialmente a las mujeres. Pareciera no existir un perfecto estado civil: si estás sola debes casarte, si estás casada posiblemente ese hombre no te conviene y  si estás divorciada no tienes derecho a exigir nada y debes estar al servicio de los demás.

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Recordé además cientos de conversaciones de mis compañeras de trabajo divorciadas que me decían parte de lo que vivían con su nuevo estado civil:

«Betty mis amigas casadas ya no me invitan a sus casas porque piensan que soy una amenaza y les quitaré el marido»; «Betty los esposos de mis amigas no las dejan salir conmigo porque piensan que si nos reunimos es para buscar hombres»; «Betty estoy cansada de escuchar que me digan que como soy una mujer divorciada, con hijos y de cierta edad  no debo ser exigente con el hombre que se me acerque»; «Betty cuando pasas a ser miembro del club de las divorciadas hasta tu código de vestimenta debes cambiar»; «Betty si llego a una fiesta y soy muy simpática todo el mundo piensa ‘ésta está buscando marido’.

¡Qué fuerte verdad! Y por demás desgastante vivir en este eterno señalamiento, disparando ráfagas de expresiones cargadas de condicionamientos y prejuicios a una divorciada. Lo más triste de todo es que la mayoría de las veces son hechos por mujeres, incapaces de hacer una conexión y establecer un vínculo de apoyo en lugar de acusaciones.

Espero que este post sirva para que cada quien desde su asiento se pregunte si en algún momento ha caído en esto círculo vicioso y ha formado parte de un grupo inquisidor contra las divorciadas. Si tu respuesta es que Sí el 2016 pinta como un excelente año para generar un cambio positivo personal, solo hazlo, ¡amemos más y juzguemos menos!

 

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