
De niñas nos imaginamos a nuestro «hombre ideal». Una especie de caballero andante, sin caballo, muy al estilo Disney: alto, rubio, fornido, ojos azules y muy tierno.
A medida que pasa el tiempo, ese «hombre soñado» se va transformando, muy probablemente luego de sufrir unas cuantas «decepciones amorosas» en primaria y secundaria, porque los varones suelen ser mucho más crueles y nosotras las niñas, reconozcámoslo, súper intensas y empalagosas cuando alcanzamos la pubertad.
Con cada vela que se va sumando a nuestro pastel de cumpleaños, ese «hombre perfecto» se va reinventando: el príncipe azul de Disney con el que soñábamos cuando teníamos 8 años, ya para los 20 se convierte en un tipo que esté bien bueno, que practique deporte, esté bronceado y sea la combinación perfecta entre chico malo y caballero (esto último solo existe en la mente de las mujeres).
Al entrar a los fabulosos 30 o a los nuevos 20 -tal como le decimos las mujeres ahora para no reconocer que vamos madurando- esa figura masculina debe cumplir con los siguientes requisitos: que se mantenga en forma, sea profesional, no tenga hijos ni haya tenido ninguna relación formal ante los ojos de Dios y la ley, «nos proteja» y «nos haga reír» todos los días (estas dos últimas cosas confieso que nunca las he procesado mentalmente cuando las escucho decir en conversaciones femeninas)
Ya para los 40 -y si aún la mujer se encuentra soltera y en la búsqueda de «ese hombre perfecto»- no importa tanto si tiene algo de barriguita porque total un hombre gordito es sinónimo de simpatía, si tiene hijos de relaciones anteriores les hornearás galletitas los fines de semana cuando le toque al padre cuidarlos y la verdad es que si no sacó la carrera universitaria no es relevante porque lo importante es que sea un hombre muy trabajador.
Y para no hacer el cuento largo, si entraste a los 50 y sigues convencida que el «hombre ideal» te está buscando, te vale madre todo esos «requisitos» que en algún momento pensaste que tu compañero de vida debería tener. Te da igual si es viudo, divorciado, alternativo o primo segundo en grado de consanguinidad. Si es gordo, calvo o más bajito que tu no importa, porque lo que vale son los sentimientos -y no quedarte sola-. A estas alturas no es relevante si tú lo proteges a él o si solo te ríes de vez en cuando, viendo algún video de un bebecito tierno que se hizo viral en youtube, porque de lo que se trata esta historia es que conseguiste a tu hombre perfecto.
En definitiva mujeres el hombre perfecto solo existe en nuestras cabezas. El verdadero hombre ideal es aquel con el que te sientas tú misma: con el que puedas reírte a carcajadas de todo lo que a ti te parezca gracioso, con el que no tengas que fingir ser otra persona, con el que no tengas que luchar para demostrar quién tiene el «poder» en la relación y con el que realmente te haga soñar, sí pero de tranquilidad, cada vez que coloques la cabeza en la almohada y despiertes con la satisfacción que eres esa chica autentica, que ha realizado cada una de sus metas gozando de la mejor compañía.
No podemos entregar nuestra felicidad como un cheque en blanco a otra persona para que venga a resolver nuestras vidas: que nos proteja, mantenga, cuide y nos haga reír. No sería justo ni para él ni para ti. De eso no va la vida, no la malgastes poniéndole rostro a algo que solo existe en tu mente y con lo que muy probablemente te estarás perdiendo de vivir el presente, con gente extraordinaria que está a tu alrededor pero que muy probablemente las descartes porque no cumple con esos «benditos requisitos» heredados de generación en generación sin sentido alguno.
En resumen: sabrás cuando consigas a ese compañero de vida, porque te hará sentir como la mujer ideal.
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